Por David Vergara, Meditación y Sabiduría Perenne
Normalmente, consideramos como bueno, aquello que nos hace sentir bien, aquello que tiene un interés constructivo, unificador, integrador, positivo. Y consideramos como malo, a lo que nos hace sentir mal, aquello que tiende al dolor, a la destrucción, a la infelicidad, a la negatividad. Lógicamente, todos queremos situarnos en el lado del bien y evitar todo lo que tenga que ver con el mal. Ni que decir tiene que, visto así, el bien y el mal, tal y como habitualmente consideramos son dos fuerzas antagónicas y contradictorias. Pero claro, para comprender mejor las cosas no debemos quedarnos con lo que parece ser, con lo que aparenta superficialmente que es, ya que, si elaboramos conclusiones sin profundizar en la realidad, sin desvelar las causas, las conclusiones que elaboremos serán siempre erróneas, insuficientes, falsas, irreales.
El caso es que la línea que separa el bien del mal no está tan clara como puede parecer en un primer momento. De hecho, nadie en toda la historia de la humanidad, ni los más grandes pensadores que han dedicado su vida a ello, han podido determinar dónde se encuentra esa supuesta línea que las separa. A todos nos ha pasado alguna vez, que aquello que creíamos que era extraordinariamente bueno ha acabado siendo extraordinariamente malo. O al revés, eso que creíamos una desgracia tremenda, finalmente ha acabado siendo una bendición. Esto nos enseña que para valorar lo que acontece necesitamos paciencia y una visión más amplia y profunda sobre ello. O al menos, que no es posible valorar lo que acontece con comprensiones inmediatas, superficiales y reductoras. Pero es que, además, cuando seguimos la pista a estas dos fuerzas antagónicas y contradictorias, advertimos claramente que el mal no existe como tal, ya que la fuerza que motiva los actos e impulsos de todos los seres es el bien. Ninguna partícula, entidad u organismo se siente impulsado por el mal. |
Cuando hace algo lo hace porque su instinto le insta a ello, y en su instinto siempre prevalece su propio bien en forma de supervivencia o en forma de supervivencia de la especie a la que pertenece. Igualmente, el impulso que gobierna a todos los seres humanos es una tendencia continua hacia lo que creemos que es bueno. ¿Qué es, sino obtener un bien económico que le permita vivir bien o mejor (de acuerdo con lo que él considera bueno o mejor) lo que empuja al asesino a sueldo a matar? ¿Qué es, sino sentirse mejor desahogando sus pulsiones sexuales lo que lleva al violador a abusar de una víctima? ¿Qué es, sino dejar de sufrir lo que motiva al suicida a tirarse de un séptimo piso? Todo lo que hacemos, lo hacemos promovidos por el bien. Eso sí, por lo que creemos superficialmente que es el bien. Nuestro bien. Y es porque este bien se encuentra desgajado, enajenado de la realidad que se convierte en mal. Lo que llamamos «mal» entonces, es una perversión del bien.
Qué ironía! Somos egoístas, solo miramos por nuestro bien. No hay cometido que no esté imbuido de esta motivación y, sin embargo, nuestros compañeros de vida más habituales son la insatisfacción y el malestar, lo que supone una increíble paradoja que nos sume en un tremendo desconcierto. Visto así, efectivamente, no existe el mal, existe la ignorancia. Guiados por el impulso superficial y egocéntrico que nos conduce hacia nuestro propio bien, resulta que no nos hacemos bien. Consecuentemente, no se trata entonces de ver cómo hacemos para encontrar el bien, pues el bien ya gobierna de alguna forma todo lo que hacemos. De lo que se trata y por tanto donde debemos poner todo nuestro empeño es en disolver la ignorancia, la ilusión de que somos una entidad autónoma y separada del resto del mundo, ya que al reconocer lo que realmente somos: un ser integrado y en comunión con la totalidad de la existencia, el bien, como fuerza universal que rige el impulso de todos los seres deja de ser un impulso desgajado, enajenado de la realidad para desplegarse en comunión con la totalidad de la existencia. |
«Si se conoce a sí mismo, todo lo que hace estará bien; si no se conoce, todo lo que hace estará mal.» (Nisargadatta)
Tú que buscas el camino que conduce al Secreto, retorna sobre tus propios pasos porque es en ti mismo donde este se halla
IBN ARABI |
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